La Historia sexualmente nos ha negado, partiendo de la religión y su gran mito de la manzana, el comienzo histórico de todo el universo de culpa adjudicada a este ser errante, a ese hombre mutilado como nos llamó Aristóteles, a este sexo que no existe, como afirma empíricamente Freud*, sin embargo, desde el feminismo y los estudios de género hemos venido reiterando que esa supuesta supramacía masculina no es biológica como históricamente se nos hizo creer, sino cultural, y por lo tanto podemos y debemos luchar por transformar toda la serie de relaciones sociales que en torno a esas diferencias biológicas se han construido y han justificado hasta hoy profundas desigualdades sociales. De allí que en el ejercicio de la sexualidad se considere al hombre como sujeto activo de la relación, y a la mujer como ente pasivo–objeto, pero nunca como sujeta con necesidades propias, el resultado ha devenido en una frigidez colectiva que tiene su asidero en una sexualidad que pierde el sentido y su esencia, cuando más allá del disfrute y conocimiento, re-conocimiento, amor, implica una obligación frustrante para las mujeres.
Hablar de la sexualidad femenina sigue siendo un tabú en nuestra sociedad, y es que sumado a la gran cantidad de mitos que giran en torno a la temática, se sigue sin tomar en cuenta lo más importante, la visión, la opinión y el sentir de las protagonistas. Entre otras cosas, porque las mujeres hemos sido despojadas de nuestros cuerpos, y éste ha sido puesto –históricamente- al servicio del hombre, de sus antojos, deseos y necesidades, llegando al extremo de hacernos vivir, pensar y SENTIR en función de los otros. Así, el placer, disfrute y ejercicio de una sexualidad plena es un misterio para la gran mayoría de las mujeres, no sólo por desconocimiento, sino fundamentalmente por todos los temores que implica muchas veces cuestionar aquello que hasta ahora hemos considerado “natural”, propio de las mujeres.
El despojo de nuestro cuerpo tiene una relación directa con el desconocimiento que de él tenemos las propias mujeres: lo sentimos como ajeno (porque así se nos ha enseñado), incómodo, y sobre él se tejen y levantan las más grandes inconformidades de las mujeres (que la mayoría de las veces son saciadas por los mercados), sin embargo, es hora ya de entender que nuestro cuerpo no es ese cúmulo de inconformidades que se nos ha impuesto, sino que es nuestro principal territorio político, de lucha.
Por otro lado, es indispensable rescatar otra de las grandes conquistas del feminismo, aquella que nos permitió separar la sexualidad de la reproducción, porque desde esa visión no sólo se coadyuvó a amputar la sexualidad de las mujeres, sino que también se ha justificado la dicotomía que excluye las prácticas diversas, porque reduce y limita la sexualidad a la penetración y el coito, obviamente entendiendo estas prácticas dentro de la heterosexualidad como norma.
Asimismo nuestra sexualidad se ve influida muchas veces por toda la enorme lista de “males” que se pretenden achacar a las mujeres, y que terminan convirtiendo cada etapa de nuestras vidas en un conjunto de complejos castrantes del ejercicio libre, pleno y autónomo de nuestra sexualidad, comenzando por ejemplo, por un modelo de mujer como ideal de belleza único que parte de la condición natural del cuerpo de las mujeres como feo, defectuoso, anormal, etc., creando complejos, vergüenza e incluso miedo por nuestro propio cuerpo, que sumado a la virginidad, la menstruación, la menopausia, la frigidez, el orgasmo (ignorado, obligado, o como exigencia social), terminan convirtiendo la sexualidad en un “privilegio masculino”, patrimonio exclusivo de los hombres.
El reto principal para las mujeres es pues, reapropiarnos de nuestros cuerpos, comenzar desde ya a reconocernos, a sentir, a decir, a valorar sin tapujos, a construir una sexualidad femenina que no esté mediatizada por los valores capitalistas y la cultura patriarcal.
*Autoconocimiento, Autodefensa- Cartilla Feminista, Colectivo Juana Julia Guzmán, 2010.
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