A los compañeros que sí luchan por la emancipación de las mujeres, dentro y fuera de casa.
“Los seguidores del materialismo histórico aceptan plenamente las particularidades naturales de cada sexo y demandan sólo que cada persona, sea hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su más completa y libre autodeterminación” (Alejandra Kollontai, Los fundamentos sociales de la cuestión femenina, 1907)
En los últimos años, se advierte una nueva tendencia entre algunos/as compañeros/as de la izquierda anticapitalista. Esta tendencia podría denominarse el “nuevo machismo-leninismo” pues constituye una reacción regresiva frente los avances y mejoras en la posición de las mujeres en la sociedad. El machismo dentro de las organizaciones anticapitalistas no es en absoluto nuevo. Recuérdense, por ejemplo, las polémicas de Lenin con Clara Zetkin o con Alejandra Kollontai.[1] El nuevo machismo dentro de la izquierda radical es la reacción de algunos/as militantes revolucionarios/as ante los cambios que se están dando en las relaciones de género, en la estructura familiar y, particularmente, ante la institucionalización de cierto feminismo liberal. Se trata de una actitud ideológica que proviene directamente del estómago: de la pérdida efectiva de privilegios masculinos y de las nuevas exigencias que plantean sus compañeras de partido o de vida.
El machismo-leninismo se caracteriza por aceptar el feminismo en abstracto, acepta las secretarías de mujer ocupadas por mujeres y tolera a sus compañeras feministas como mal menor. Ahora bien, estos/as militantes no se comprometen demasiado en las actividades relacionadas con la cuestión del género. Eso debe ser cosa exlusiva de mujeres. Del mismo modo, y a pesar de su exquisita formación marxista, estos/as militantes no se molestarán jamás en leer ni una sola página de la literatura feminista marxista (Alexandra Kollontai, Heidi Hartmann, Maria Rossa dalla Costa, Sheila Rowbotham, Giulia Adinolfi, Batya Weinbaum, Angela Davis y un largo etc.). El nuevo machismo-leninismo se basa en fuentes de información variopintas: desde el Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado (Engels), La mujer y el socialismo (Bebel), hasta los artículos misóginos de prensa reaccionaria tipo LibertadDigital. El machismo-leninismo no es políticamente correcto, no se manifiesta mediante escritos públicos: la cuestión de la igualdad de género no les merece el esfuerzo; de ahí que sea un corpus de creencias sobre todo oral y práctico.
Frente al machismo-leninismo, hemos de reivindicar la confluencia positiva entre feminismo y marxismo, entre feminismo y anticapitalismo. Nuestra propia tradición histórica nos ofrece referencias positivas de lucha por emancipación de género y de clase. Sin ir más lejos, Marx y Engels –con sus limitaciones- fueron pioneros en la denuncia de la subordinación de las mujeres articulada por el capitalismo.
A continuación, repasaremos críticamente el argumentario del nuevo machismo-leninismo. Vaya por delante que no es nuestra intención calificar a todos los/as militantes revolucionarios/as de machistas. En absoluto: nuestra propia experiencia nos ha demostrado la posibilidad de confluir y compartir complicidades con la mayoría de compañeros/as. Por tanto, estamos convencidas, en contra de cierto sector del feminismo post-68, de que la presencia de feministas en organizaciones mixtas es tan factible como necesaria. Es precisamente la lacra del machismo la que dificulta esta unión. Pasemos ahora a la crítica de sus argumentos…
Argumento nº 1: “Las mujeres ya han conseguido la igualdad formal y real, el patriarcado ha tocado fin”.
De entre las razones del nuevo machismo de izquierdas, quizás la más débil sea la idea de que “las mujeres ya han conseguido la igualdad porque el modelo de mujer-esposa-ama de casa es cada vez más residual”. El nuevo machismo acepta discursivamente la emancipación de la mujer, su salida del espacio privado, aunque tiene problemas a la hora de asumir sus consecuencias. Son muchos los datos que ponen en cuestión el argumento de que las mujeres ya hayamos alcanzado la igualdad. Aquí van algunos:
· La brecha salarial entre hombres y mujeres supera el 21% en 2010 (variando según los parámetros de tipo de contrato, tipo de jornada, actividad productiva, etc.)[2].
· En los últimos 10 años, el desempleo femenino no ha descendido del 11%, frente al mínimo de 6,06% de los varones (Datos de la Encuesta de Población Activa).
· La tasa de actividad femenina era del 52,6% en 2010, del 67,7% entre los varones (datos que esconden obviamente el trabajo doméstico).
· El 8,2% de los hogares cuya cabeza de familia es una mujer sufren la pobreza, frente al 1,7% de los hogares encabezados por un varón (datos de 2001).
· El 95,6% de las personas inactivas que no buscan empleo por razones familiares son mujeres (2010, EPA).
· El 95,9% de las excedencias por cuidado de hijos/as corresponde a las madres (Tesorería General de la Seguridad Social, 2009).
· El 82,4% de las excedencias por cuidado de personas dependientes son de mujeres (Tesorería General de la Seguridad Social, 2007).
· El 88,4% de personas que sufren violencia doméstica son mujeres (datos de 2005, Instituto de la Mujer)
· En el año 2010, murieron 73 mujeres a manos de sus parejas o exparejas, frente a 7 hombres asesinados (Datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género).
Los datos son suficientemente contundentes y echan por tierra la afirmación de que las mujeres hayamos alcanzado la igualdad real con respecto a los varones; menos aún las mujeres de las clases populares. Por lo tanto, hoy es más necesario que nunca que el movimiento obrero se plantee la incorporación de las mujeres trabajadoras y sus luchas específicas.
Argumento nº 2: “El feminismo divide a la clase obrera. Es una ideología burguesa”.
En cuanto a este segundo argumento del machismo-leninismo, hay dos cuestiones importantes que precisar. Como todos/as sabemos, el origen del movimiento feminista es el sufragismo y la vindicación de los derechos civiles de las mujeres (Mary Wollstonecraft). El origen del feminismo, efectivamente, es burgués. Lo mismo podría argumentarse del socialismo temprano (Saint Simon, Fourieur, Proudhon… también de extracto social burgués o pequeño-burgués).
Sin embargo, la extracción social de los precursores de un movimiento no determina inexorablemente su carácter de clase en el futuro. Vale para el socialismo y vale para el feminismo. Así, al igual que existe un socialismo obrero en el XIX, también existe un feminismo popular en esta época, tradicionalmente silenciado. Un ejemplo claro es el de Flora Tristán (1803-1844) que reivindicó los derechos de las mujeres trabajadoras. Podemos hablar de un feminismo popular y socialista desde bien temprano, si bien nos queda mucho trabajo que realizar desde la historiografía para sacar a la luz la participación específica de las mujeres en la configuración del movimiento obrero. Al silenciar y desconocer el feminismo popular y obrero, le acabamos haciendo el juego al las corrientes liberales que tanto decimos denostar.
Partiendo de la identificación de feminismo con liberalismo y burguesía, el militante machista-leninista considera que las luchas de las mujeres (en tanto que género) dividen a la clase obrera. Los datos que expuse más arriba evidencian una realidad contundente: la clase obrera ya está dividida, es el capitalismo el que divide, el que potencia y reproduce la desigualdad entre géneros de acuerdo con sus intereses. Por lo tanto, el objetivo del movimiento obrero debería ser (a) superar sus propios prejuicios machistas, muy útiles a la división de la clase obrera y, por tanto, a la explotación capitalista y (b) ser capaces de articular nuestras luchas emancipatorias, en tanto que las mujeres conformamos la mitad de los trabajadores/as.
En suma, la tarea del movimiento obrero debería ser articular luchas y deshacer las divisiones y fracturas que el capitalismo abre entre nosotros/as. No son las mujeres trabajadoras, con sus reivindicaciones, las que crean las fracturas, sino que las afrontamos y articulamos en una dinámica de unidad. Por tanto, es un error –táctico y estratégico- plantear que el feminismo es esencialmente burgués y que las luchas específicas de las mujeres dividen a la clase trabajadora. Es el capitalismo el que divide y el que saca partido de esta fragmentación.
Argumento nº 3: “Las luchas específicas de las mujeres excluyen a los hombres”
Esta afirmación se deriva, de nuevo, de una visión reduccionista del feminismo. Hay sectores del feminismo (la corriente radical o de la diferencia) que reivindican en positivo los valores de la feminidad y plantean su lucha como una lucha contra lo masculino (independientemente de su clase, etnia, nación, etc.). Pero esa es sólo una de las fracciones del feminismo, no su totalidad. La corriente socialista en ningún caso plantea una estrategia contra los hombres. Así, nuestro objetivo es alcanzar la igualdad real entre sexos, acabar con las desigualdades y opresiones que se derivan de una sociedad patriarcal y de la estructura de géneros. Como dice Kollontai, conseguir la autodeterminación real de todos/as.
Por lo tanto, de entrada, los hombres no sólo no están excluidos, sino que son parte de nuestra estrategia de transformación. De hecho, también ellos serán beneficiarios del fin de la sociedad patriarcal. ¿O acaso el corsé del género no les oprime? ¿Acaso los hombres no tienen derecho a desarrollarse en esferas como la paternidad, la emotividad o los cuidados? Para las feministas socialistas, esta lucha es compartida; aunque la iniciativa recae en las mujeres, que son las que sufren la opresión de un modo más contundente dada la desigual distribución de cargas en la reproducción de la vida. Del mismo modo, en la lucha de los trabajadores/as inmigrantes están implicados todos los trabajadores/as, pero no se les puede negar a ellos/as la iniciativa porque son los/as que mejor conocen su situación. Así, los espacios limitados a mujeres tienen sentido por la necesidad de plantear estrategias desde la propia experiencia, pero, sin duda, necesitamos la complicidad del resto de los/as trabajadores/as.
Corresponde a los compañeros hombres reclamar su parte activa en esta lucha y esto sólo ocurrirá cuando alcancen un grado de conciencia y compromiso suficiente contra el patriarcado. Mientras esto ocurre, los machistas-leninistas se limitan a auto-excluirse y a “dejar las cosas de mujeres para las mujeres”. Los buenos marxistas se suman a nuestra causa porque entienden que la emancipación con respecto al sistema sexo-género beneficia a la clase social en su conjunto.
Argumento nº 4: “En nuestras organizaciones no se discrimina a las mujeres. Nosotros no reproducimos dinámicas patriarcales”.
Creer en la pureza y neutralidad de la propia organización es una muestra de idealismo. Nuestras organizaciones mixtas, como todas las instituciones de la sociedad, están atravesadas por la lucha de clases y también por patrones de relación patriarcales. Mujeres y hombres llegamos a nuestras organizaciones con un bagaje de socialización, basado en la interiorización de valores y relaciones de poder que actúan a un nivel muy inconsciente. No es común que nuestros compañeros nos traten como meros objetos sexuales o nos defenestren como subordinadas (aunque algunos sí que lo hacen). Sin embargo, las estructuras de nuestra organización pueden reproducir desigualdades de género preexistentes si no hacemos nada para evitarlo. En este caso, el no hacer importa y mucho.
Ser conscientes de esta realidad es tomar medidas para cambiarla. Por eso, la acción positiva, las políticas de cuotas, la potenciación de la participación de mujeres o los actos, campañas y formación en temáticas de lucha contra el patriarcado son fundamentales. Comparto con muchos compañeros/as la insatisfacción con el sistema de cuotas y de listas cremallera. Pero esto no puede conducir a que no hagamos nada, al laissez-faire. Los sistemas meritocráticos, supuestamente neutrales, ciegos ante la clase o el género, no hacen sino reproducir la desigualdad preexistente. ¿Desde cuándo somos partidarios del laissez-faire? ¿Confiamos en la mano invisible o en el mercado para diluir las desigualdades? Después de dos siglos de capitalismo, este hecho aún hecho aún no se ha producido.
No hacer nada respecto a un problema, no significa afrontarlo, sino dejarlo estar. Por eso, la lucha contra el patriarcado no puede quedar en el discurso y ha de empapar también nuestras prácticas. A falta de instrumentos más perfectos contra las divisiones de clase y género (incluso dentro de nuestras propias organizaciones) necesitamos hacer uso de las pocas herramientas de las que disponemos: acción positiva, cuotas, apertura de espacios sectoriales de lucha contra el patriarcado o la promoción de la participación de las mujeres. Los instrumentos de acción positiva interna cuentan con algunas ventajas:
Ayudan a dignificar el trabajo de las compañeras,
Crean referentes femeninos,
Desmienten tópicos como que “las cuotas elevan a los cargos a personas menos cualificadas”,
Mejoran y hacen más eficientes los procesos de elección y/o selección de cargos y responsabilidades,
Las propias mujeres aumentan su confianza y formación de cara al desempeño de funciones.
Debemos ir del discurso a las prácticas. Las organizaciones, en definitiva, deben hacerse cargo de una lacra histórica que tiene efectos de manera formal e inconsciente también en los espacios de lucha.
Argumento nº 5: “Los hombres estamos perseguidos, se ha anulado nuestra presunción de inocencia. Los hombres sufren la violencia de género tanto como las mujeres”.
A menudo, las conversaciones sobre las relaciones entre feminismo y marxismo conducen a temas de actualidad como la violencia de género, el divorcio, la tutela paterna o el aborto. El machista-leninista suele poner sobre la mesa una serie de argumentos y datos que parecen provenir de Intereconomía o de Libertad Digital. Estos datos demuestran –supuestamente- cómo la tendencia histórica se ha invertido por culpa del feminismo institucional: ahora los hombres son oprimidos por las mujeres. Ahora ellos son las víctimas del matriarcado. En esta línea, no es extraño escuchar cosas como “es que ahora los hombres estamos perseguidos”, “no se respeta nuestra presunción de inocencia”; o “los hombres sufrimos más violencia de género”.
La legislación impuesta recientemente por el gobierno ZP (LO 1/2004 de Medidas de Protección Integral Contra la Violencia de Género) ha abierto el debate sobre la vulneración de la presunción de inocencia y las denuncias falsas en casos de violencia machista. No hay más que buscar en Google para encontrar centenares de entradas sobre el asunto de las denuncias falsas que, supuestamente, interponemos las mujeres. Y es posible que haya casos individuales; sin embargo, los datos demuestran que el número de denuncias falsas por violencia de género no es superior a lo que se da en otros delitos. Así, en 2010, se calcula que sólo un 0,01% de las denuncias por violencia de género fueron falsas (datos del Ministerio Fiscal, 2010). Por tanto, no merece la pena darle más bombo al debate. El número de denuncias falsas es ínfimo.
Además, se suele argumentar que los procesos por violencia de género conllevan una inversión de la carga de la prueba hacia el maltratador[3] y que vulneran la presunción de inocencia. Estas acusaciones no son justas a la vista de la propia Ley Integral de Violencia de Género[4]. Si leemos la ley –cosa que no se suele hacer-, se observa que los medios de prueba en el procedimiento judicial son los mismos que en cualquier otro proceso vía penal. Las únicas especifidades son las medidas judiciales de protección y de seguridad de la víctima (alejamiento, suspensión de la tutela paterna, etc.) y el endurecimiento de las penas por agresión. Concretamente: se activa un procedimiento judicial rápido y el juez de guardia adopta medidas cautelares por el riesgo que asume la víctima de malos tratos. Estas medidas cautelares, previas al juicio, se justifican ante la posibilidad de un repunte en la situación de violencia. Basta con recordar el caso de Ana Orantes[5] que fue quemada viva por su marido después de denunciar ante los jueces y en los medios de comunicación. De ahí la necesidad de adoptar medidas cautelares eficaces. Se pueden producir excesos, como en cualquier proceso penal, pero no se puede concluir que haya una vulneración de la presunción de inocencia o que exista ningún tipo de persecución.
Otro tema interesante sería evaluar en qué medida una ley como ésta contribuye a acabar con la violencia de género. La ley ataja una situación desesperada y crítica: el feminicidio y la vejación machista en las relaciones de pareja. Sin embargo, desde el feminismo socialista entendemos que es insuficiente, que hay que ir a las causas. Mientras las mujeres se encuentren en una situación de vulnerabilidad, desigualdad y dependencia, la violencia que padecemos será un hecho cotidiano. Es lo que Zizek llama la violencia subjetiva y la violencia objetiva. La primera es aquella que supera el nivel de normalidad, el nivel 0 de violencia: por ejemplo, el asesinato de una mujer de un modo sádico a manos de su expareja. La violencia objetiva es la que perpetra el sistema cotidianamente: es la sobreexplotación, la doble jornada, la reducción a mero objeto sexual, la dominación psicológica, etc. Mientras no atajemos esta violencia objetiva o estructural que padecen las mujeres en el día a día, los malos tratos seguirán siendo sólo la punta del iceberg; los malos tratos son la consecuencia de una dominación previa prolongada y acumulativa.
En este ámbito, es urgente que desde el feminismo socialista realicemos una dura crítica al feminismo institucional. El número anual de asesinadas a manos de sus maridos no es más que el síntoma de una opresión mucho más silenciosa y profunda; un sistema de dominación íntimamente ligado al modo de producción y reproducción. Sin embargo, la insuficiencia del feminismo institucional (más aún en el contexto de la globalización capitalista que minimiza la capacidad de intervención estatal, por ejemplo, en medidas conciliatorias o laborales) no conlleva que las reformas positivas deban ser rechazadas. La Ley de Violencia de Género es insuficiente pero no mala per se. Del mismo modo, en el terreno laboral abogamos por las 35 horas aunque nos parezcan insuficientes para acabar con la explotación. Los marxistas debemos aplicar esa misma dialéctica de la reforma y la revolución, del programa de mínimos y máximos, a la hora de enfrentar la cuestión de la lucha contra el patriarcado.
A modo de conclusión: por una aproximación marxista al sistema sexo-género.
Desde luego, las relaciones entre marxismo y feminismo, tanto en la teoría como en la práctica, han sido relaciones a menudo conflictivas; ya decía Heidi Hartmann que se trataba de un matrimonio infeliz. El marxismo es una metodología para entender y transformar la sociedad capitalista. Por tanto, abordar la cuestión del patriarcado y de las relaciones de sexo-género es una necesidad inexcusable para cualquier política emancipatoria.
Cuando emergió el capitalismo industrial, éste se encontró con un sistema de sexo-género que subordinaba a las mujeres como mera propiedad del padre de familia. Esta estructura de relaciones preexistente entró en fricción con el capitalismo, fue modelada por él y completamente subsumida, en la actualidad, por la lógica del capital. Éste se ha valido de la dominación de género para sobreexplotar, dividir, reproducirse y fomentar el control ideológico. El patriarcado, o el sistema de dominación del sexo/género masculino sobre el femenino, es una estructura de relaciones materiales, económicas e ideológicas; relaciones que siguen vigentes -por más que sometidas a crítica- en los países imperialistas. A los datos nos remitimos.
Lo que llamábamos el nuevo machismo-leninismo es una actitud reaccionaria e idealista que niega esta realidad. Con la excusa de que el feminismo es una ideología burguesa, ignora el sistema de dominación de género que ha articulado –y sigue articulando- el capitalismo. Ignora los procesos más fundamentales de producción y reproducción de la vida y su encaje en la lógica del capital. Ignora y obstaculiza la emancipación de las mujeres trabajadoras. Sólo si nos tomamos en serio la articulación de clase y género, podremos dar una salida sensata y emancipadora a la otra mitad de los/as trabajadores/as. No permitamos que, también esta vez, el capitalismo nos divida.
[1] En 1920, Clara Zetkin se entrevistó con Lenin. Zetkin le informó sobre las actividades de organización de las prostitutas y de formación en educación sexual y matrimonial con las obreras alemanas. Ni corto ni perezoso, en dicha entrevista, Lenin calificó de “desviación morbosa” el trabajo con prostitutas y menospreció el trabajo de educación sexual y familiar con las obreras. Estas actividades, en su opinión, eran ociosas y una pérdida de tiempo. Ver en: WEINBAUM, B.: El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo, S. XXI, Madrid, 1984.
[2] Encuesta de Estructura Salarial, junio de 2010, Instituto Nacional de Estadística.
[3] Y decimos “maltratador”, en masculino, porque la inmensa mayoría de agresores en el ámbito intrafamiliar o con la pareja o expareja son hombres. Aunque las estimaciones aún son muy controvertidas (véase, por ejemplo: Raquel Osborne, “De la violencia de género a las cifras de la violencia: una cuestión política”) es evidente que las mujeres padecen mayoritariamente el maltrato de la pareja o expareja: de ahí que 73 mujeres hayan sido asesinadas a manos de su pareja o expareja (2010), frente a 7 hombres (6 a manos de su pareja o expareja mujer, 1 a manos de su pareja-hombre).
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