Las rederas buscan dignificar el oficio y mejorar sus condiciones laborales, pero la crisis del sector al que están vinculadas, a menudo familiarmente, se lo pone difícil.
“La nuestra es una profesión feminizada, y hasta hace poco nadie había oído hablar de ella, al ser un trabajo que se hacía sobre todo en las casas, aprovechando que había que cuidar de niños, personas mayores, arreglar la casa... Y, así, hemos quedado relegadas al oscurantismo”, explica Carmen Chamorro, de la Federación de Rederas Artesanas O Peirao, que reúne a una veintena de rederas gallegas.
Las rederas forman un colectivo profesional que se encarga de elaborar y reparar las redes desde principios del siglo pasado, cuya tarea ha sido difícil si no imposible sustituir con máquinas –resulta caro a los armadores cuando las redes están muy usadas– y que, sin embargo, al no gozar del suficiente reconocimiento social y económico, se encuentra el peligro porque no se adivina un recambio generacional.
En diciembre de 2007, rederas y neskatillas de Galiza, Asturies, Cantabria y Euskadi firmaban la Declaración de Ondarroa. Bajo el lema “Queremos ser visibles”, iniciaban el camino para mejorar sus precarias condiciones sociolaborales.
Tres años después, en octubre de 2010, celebraron en San Sebastián el I Congreso de la Red Española de Mujeres en el Sector de la Pesca. El próximo octubre, esta vez en Málaga, tendrá lugar el II Congreso, en el que se impartirán talleres de asociacionismo, formación en nuevas tecnologías, oportunidades de negocio y desarrollo de proyectos. En un sector en crisis, el pesquero, las rederas luchan por que su oficio no desaparezca.
Un trabajo feminizado
“El oficio es algo que aprendes en la familia: mi madre es redera, mi hermana mayor es redera… He aprendido con ellas y es una tradición que se va pasando de madres a hijas”, cuenta María del Carmen Domínguez, de la asociación gallega de rederas A Torre do Cambados. Tiene 40 años y lleva en el oficio desde los 13. La temprana formación es habitual en la trayectoria de estas mujeres.
En Galiza, por ejemplo, según datos de la Xunta, un 64% de las mujeres empleadas en actividades del mar comenzó su actividad laboral antes de los 25 años. El oficio de redera es tradicionalmente artesanal y exige una alta cualificación que se adquiere con la práctica y tras un aprendizaje no formal. Trabajan por cuenta propia, de un modo discontinuo, con una fuerte temporalidad, siempre sujetas a las necesidades de los barcos y a la inestabilidad de la mar.
La mayor parte del colectivo, un 89%, lo conforman mujeres, en especial en la costa atlántica y cantábrica, donde son el 83%. En la costa mediterránea, principalmente Comunidad Valenciana y Andalucía, son generalmente los hombres los responsables de la confección y el mantenimiento de las redes. Sin embargo, los rederos están dados de alta en el Instituto Social de la Marina dentro del grupo de “pesca marina” –y no como “reparación de otros equipos”, como es el caso de las rederas– porque suelen faenar en los propios barcos y la tarea de reparar las redes es complementaria. En definitiva, cuando se trata de varones, aumenta la estabilidad laboral y la continuidad en el trabajo.
Dificultades de relevo
“A la gente joven esto no le interesa, porque se tarda tiempo en aprender y luego siempre estás en la eventualidad”, reflexiona Domínguez. A su juicio, las cosas cambiarán “el día que los armadores vean que no tienen rederas”, pues entonces “igual alguno decide coger a una chica y contratarla para que pueda tener seguridad”. Gracias al trabajo de las asociaciones, en colaboración con la Administración, se han ido dando pasos.
En el año 2009 se aprobó en el Boletín Oficial del Estado la cualificación profesional a partir de la cual, explica Chamorro, “se elaborará el certificado con el que nos vamos a acreditar, que será expedido por la Consejería de Trabajo y Bienestar de la Xunta de Galiza”. En Euskadi se ha convocado, por primera vez en el Estado, el proceso para solicitar dicho certificado, en el que las rederas con experiencia laboral pueden acreditar sus conocimientos y años de cotización para obtener convalidaciones. En Cantabria y Asturies, en cambio, aún no se ha movido ficha al respecto.
La situación crítica del sector pesquero dificulta la lucha de estas mujeres, que se sienten profundamente vinculadas al mundo del mar. Buena parte de las asociaciones de rederas surgieron a consecuencia de momentos de crisis en el sector por paradas biológicas, restricciones por las cuotas de la Política Pesquera Común u otros. Fue entonces cuando se percataron de que su situación era especialmente precaria. Según Elvira Larrañaga, de Arebaca, asociación de rederas de Santoña (Cantabria): “Cada año somos menos, en cuatro años nos hemos quedado la mitad”. En la misma línea, apunta Chamorro: “Las rederas se han encontrado con que no tenían compensación económica por tener que dejar la actividad”.
Pero el principal problema de las rederas es que no hay recambio generacional. Las jóvenes no encuentran atractivos en un trabajo con condiciones muy precarias y, según datos recogidos por la Red Española de Mujeres en el Sector Pesquero, la mayor parte del colectivo se encuentra entre los 40 y 50 años de edad. Muchas se jubilarán pronto. Con la idea de que se anime más gente joven se están impulsando cursos, y en Getaria (Euskadi), se ha abierto una Escuela de Rederas.
En respuesta a la gravedad de la situación del sector, se han puesto en marcha otro tipo de alternativas. María Teresa Costales Obaya, de la Asociación de Rederas de Bajura de Asturies ha buscado, a sus 52 años, un complemento a su actividad. Comenzó haciendo llaveros con nudos marineros, pero al observar que “los turistas se acercan y muestran interés por el trabajo”, se decidió, junto con sus compañeras, a hacer visitas turísticas por el muelle. Duran 40 minutos y cuestan un euro. “Hay que combinar el oficio con el turismo, porque la pesca va cayendo y para intentar sacar un salario necesitamos desarrollar actividades complementarias”.
CLAVES DEL TRABAJO CON LAS REDES
PRECARIO Y FEMINIZADO
El trabajo de las rederas se considera una actividad profesional desde 2009. Feminizado, con alta precariedad y temporalidad, este trabajo está ligado a las redes de cerco, bajura y artes menores. La vinculación del trabajo de las rederas con la pesca artesanal hace que las recientes estipulaciones de la Política Pesquera Común, que apenas valora este tipo de pesca, puedan impactar directamente en el colectivo.
REDEROS VARONES
Además de estar dados de alta en la Seguridad Social como trabajadores del mar, y de que cuentan con mayor estabilidad laboral y continuidad en el trabajo, destaca el número de empresas familiares de rederos varones que trabajan en fábrica, fuera del muelle. La mayoría de las mujeres, en cambio, trabajan como autónomas que, a pesar de destacar por su asociacionismo, no constituyen empresas propias.
ECONOMÍA SUMERGIDA
En Galiza, se considera una grave amenaza el “intrusismo”, economía sumergida practicada sobre todo por jubilados, que realizan el trabajo por menos dinero. Para evitarlo, algunas asociaciones han propuesto que las redes lleven un chip. En otras zonas, como Asturies o Euskadi, la ayuda de jubilados se considera necesaria para poder dar respuesta a la demanda en determinados momentos.
[Información extraída del Periódico Diagonal. Imagen de Moncho Pineiro Alter].
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