viernes, 29 de octubre de 2010

Reflexiones sobre feminidad.

Desde que el patriarcado se erigió como sistema predominante se han asociado al sexo femenino un conjunto de roles, pautas y normas que han venido a llamarse feminidad. A lo largo de muchos siglos de historia la mujer siempre ha sido considerada, por defecto, “femenina”: sensible, frágil, siempre perfecta y, evidentemente, dócil y sumisa.

La feminidad tiene, por supuesto, su homólogo para el hombre: la masculinidad. Así, desde que nacemos hasta que morimos, somos continuamente bombardeados por distintos estímulos sociales que nos educan en la diferencia insalvable y en una desigualdad aberrante. Los dogmas de estos conceptos están tan arraigados en la sociedad actual que a veces es difícil distinguir lo natural de lo artificial, pero no nos engañemos: los hombres lloran, y las mujeres son capaces de andar por el mundo sin que nadie las lleve de la mano. En este sentido, feminidad y masculinidad se relacionan directamente con la categoría de ‘género’, que distingue a hombres y mujeres no sólo por su sexo (la única distinción biológica e incuestionable), sino por todos los detalles externos que, se supone, les caracterizan.

Por si quedaran dudas acerca de la artificialidad de lo “femenino”, es suficiente con volver la vista atrás unos años para comprobar cómo, al igual que en toda construcción social, sus premisas cambian y se adaptan a los valores de cada época. La mayor parte del tiempo, las diferencias entre hombres y mujeres se han apoyado en la sexualidad. La mujer quedaba relegada a la esfera privada y al cuidado de sus hijos, siendo mantenida por su marido, al que debía también cuidar y agradar en toda ocasión. Aspectos tan naturales como la capacidad de dar a luz, la menstruación o el amamantamiento, según los oportunistas intelectuales de la época, animalizaban a la mujer, resultando el hombre un ser más ‘humano’ y superior, preparado para abrirse a la esfera pública. Por su parte, el hombre tenía que mantener a toda costa su posición privilegiada, teniendo que mostrarse siempre fuerte, insensible y poco delicado.

Pese a todo, dos grandes cambios sociales provocaron cambios también en estas relaciones. En primer lugar, la apertura a un sistema económico capitalista obligó a la mujer a entrar en el mundo laboral. En segundo lugar, los métodos para el control de la natalidad separaron la vida sexual de las personas de la mera reproducción. Las teorías que habían justificado tanto tiempo los roles femeninos y masculinos no podrían sostenerse largo tiempo… Pero no es fácil desenraizar lo que se ha estado cultivando tanto tiempo. Los valores trasnochados y los prejuicios sin sentido nos han seguido hasta el día de hoy. Además, el capitalismo pronto ha creado necesidades artificiales nuevas para sustituir a las anteriores. La feminidad y la masculinidad han transformado sus cánones, pero continúan esclavizando a la humanidad. Puede que las mujeres ya no dependan económicamente de sus maridos, pero se ven obligadas a perder su tiempo y su dinero en cremas antiarrugas, dietas, depilación láser o zapatos bonitos. Y es que aparentar más de cuarenta años, usar más de una talla 36 o tener un aspecto descuidado no es bonito. La mujer es engañada, presionada y vejada para mantenerse sumisa y en una posición de objeto de deseo sexual. Los hombres, por otro lado, también deben adaptarse a las nuevas demandas. La “igualdad” en cuestiones de aspecto físico ha llegado, apoyada al cien por cien por el mercado: depilación, cremas y ropa también para ellos. Adiós al macho ibérico, hola al metrosexual.

Esta falsa igualdad podría engañar a algunxs, pero lo único que ha logrado equiparar son los aspectos más esclavizadores y que interesan económicamente. Es muy importante darse cuenta del daño que hacen estas distinciones totalmente convencionales y luchar para destruirlas. Los feminismos burgueses y más tradicionales no profundizan lo suficiente y no llegan a romper con los conceptos de feminidad o masculinidad. Contra el llamado feminismo de la diferencia, que hace énfasis en la mujer como producto de una esencia femenina y, por ende, radicalmente diferente al hombre, debemos defender el feminismo de la igualdad. El primero busca, de fondo, crear un nuevo orden basado en la madre y no en el padre. El segundo es el único verdaderamente revolucionario, el único que pretende romper con las cadenas que nos atan, el único que asume un matiz de lucha por la igualdad de derechos y de oportunidades.

A este respecto, es importante tener en cuenta que no debemos pretender ser absolutamente iguales, pero sí reivindicar que nuestras diferencias no deben estar marcadas por el género. Disfruta libremente de tu sexualidad, pero no la pongas al servicio del sistema. Siéntete guapa, pero olvida el enfermo canon de belleza que se impone en las revistas. La felicidad no está relacionada con la apariencia física, es preciso vivir nuestro cuerpo con las huellas y las marcas que el vivir nos proporciona. Puede que el proceso sea largo, y que resulte difícil darse cuenta de que, lo que siempre hemos considerado como natural, sea en realidad otra herramienta más del orden establecido, pero no es imposible cambiar. Hagámoslo por un mundo más justo, cuerdo y sano, y porque si no interiorizamos estas ideas será imposible llegar algún día a exteriorizar un comportamiento verdaderamente antipatriarcal.

1 comentario:

  1. hola ahora comprendo porque muchas lesbianas no quieren a los transgeneros y transexuales,la comunidad trans le da mucha importancia a la imagen,siempre vernos perfectas muy femeninas,pero lo hacemos por el afan de sentirnos mas mujeres,pero viendolo desde esta perspectiva,fomentamos mas el machismo,entonces aver si entendi,bien la unica diferencia entre un genero y otro segun,lo del articulo son los genitales,tienes pene eres hombre,tienes vagina eres mujer.por lo tanto entonces no importa como me vista,si me opero y me pongo vagina ya sere mujer,mientras no lo haga nunca lo sere. upss.

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