martes, 7 de febrero de 2012

Transfeminismo, violencia, género


ALBA PONS RABASA y MIRIAM SOLÀ GARCÍA / Asociación Interferències, Recerca i Transformación de Gènere

En las jornadas feministas de diciembre de 2009, en Granada, se evidenció la riqueza de debates y retos en los feminismos independientes del Estado español. Identidades y cuerpos políticos, articulación de las luchas, acción ante la crisis de los cuidados… Para potenciar esa diversidad, aportamos una reflexión sobre las violencias de género y los límites de su abordaje.



Desde su aparición en la escena feminista a finales de los ‘60, el concepto de género como categoría analítica y herramienta política ha servido para entender la opresión y la desigualdad de las mujeres y articular una serie de estrategias políticas de resistencia y transformación. En las últimas décadas, en su diálogo con la teoría y los movimientos queer, con el deconstruccionismo y el postcolonialismo, el feminismo ha ido gestando un concepto de género mucho más amplio que rompe su vínculo con la diferencia sexual y que trasciende las diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres. Desde diversos sectores del movimiento, el género comienza a ser entendido como un mecanismo de poder, como una tecnología o una performance. Esto es, como un aparato o constructo social que no tiene su base en las diferencias sexuales entre hombres y mujeres. Una representación que forma parte de la ideología y que juega un papel fundamental en la constitución de las identidades de los individuos y en la forma en la que nos organizamos socialmente.

Esta manera de entender el género está propiciando el emerger de nuevos sujetos políticos feministas como son las lesbianas, las personas transexuales, transgénero, intersex, homosexuales, etc. Se entiende ahora el mismo como un dispositivo que produce cuerpos diferenciales y jerárquicos a partir de la perpetuación violenta de las categorías hombre y mujer con el fin de mantener el orden social establecido. Todos estos cambios, en nuestro contexto, han llevado a que recientemente, desde diversas instancias –sociales, académicas– asistamos a la proliferación del término ‘transfeminismo’ para nombrar un espacio transfronterizo donde se articulan diferentes análisis y luchas en torno al género y la sexualidad pero también a otros determinantes sociales como la clase, la raza, la lengua, la procedencia, las capacidades, etc. ¿Cuáles son los retos políticos que abre esta nueva noción para las diferentes luchas en torno al género y la sexualidad? ¿Qué consecuencias tiene la nueva formulación del concepto a la hora de entender y abordar la violencia de género? ¿A qué hacemos referencia cuando hablamos de violencia de género desde una perspectiva transfeminista?

Hasta el momento, las políticas públicas implementadas para erradicar la violencia sexista contemplan un concepto de la misma anclado en una visión esencialista del género. Una visión que obvia de antemano la violencia material y simbólica de la propia representación de la diferencia sexual, la amalgama de significados culturales que conlleva y sus consecuencias en la organización desigual de las sociedades. Esta concepción también ignora que dicha violencia puede darse en parejas no heterosexuales, fuera de las relaciones afectivas, en contextos de cotidianidad que van más allá del ámbito privado y en el seno de comunidades de afines o de trabajo. Es importante visibilizar que esta visión esencialista ha permitido situar en lo público la violencia machista contra las mujeres por parte de sus parejas. Una lacra social que hasta hace cuatro días era considerada un asunto privado, no susceptible de ser abordado desde la política. Pero está claro que es necesaria una reformulación del concepto.

Es imprescindible ampliar nuestra comprensión de la violencia de género para no reproducir exclusiones y perpetuar estas discriminaciones. Se trata de no seguir reforzando los significados culturales de la ideología de género dominante, significados que nos etiquetan, nos coartan y estigmatizan, nos restringen, nos censuran e incluso nos matan. Defendemos la vigencia de estrategias para combatir la violencia contra las mujeres basadas en perspectivas identitarias. Pero también señalamos aquello que se deja de atender o que se queda fuera con un concepto de género basado en la diferencia sexual y que, por tanto, determina una visión de la violencia patriarcal más restringida.

Desde una perspectiva transfeminista, el género en sí mismo es un mecanismo de control social. Mediante estrategias tales como la patologización de lo diferente, la regulación del acceso al propio cuerpo o la producción de la heterosexualidad obligatoria como institución, perpetúa su propia efectividad en tanto que dispositivo de ordenación social. Así, refuerza el binomio hombre-mujer y la familia nuclear asociada al mismo, castigando y dejando en los márgenes aquellas formas de pensar, sentir y actuar que no se corresponden con esta normalidad genérica y sexual. Por tanto, no podemos dejar fuera de nuestra visión de violencias de género, la marginación, patologización y todas las penalizaciones que son aplicadas diariamente sobre los cuerpos que no ocupan la posición de ‘hombre heterosexual blanco burgués’.

Entendiendo que la identidad es relacional y que el género como dispositivo (re)produce violencias diversas para sobrevivir como modelo rector de la vida social, nuestro reto es cómo poner en práctica micropolíticas encaradas a la transformación social y cultural del modelo sexo-género hegemónico, que, paralelamente, atiendan las graves consecuencias de este mismo modelo androcéntrico en la vida cotidiana. Articular un no-binarismo crítico que aborde los impactos negativos de un sistema rígido, obsoleto y dicotómico, de una cultura de género cerrada y ciega. Pero que también tenga en cuenta otros ejes de opresión como son la clase, la raza, las diversidades funcionales y corporales, la edad, la etnia, etc.

Apostar por una visión transfeminista de las violencias de género significa dar cuenta de una pluralidad de opresiones específicas que se constituyen y refuerzan mutuamente y están interconectadas, así como articular las estrategias políticas necesarias para combatirlas. Significa tener la voluntad de abordar los mecanismos de opresión social vigentes en nuestra sociedad occidental capitalista y articular nuevas y múltiples formas de lucha desde los diferentes frentes organizándonos desde la diversidad y la afinidad.

Apostar por una visión transfeminista de las violencias de género no deja de poner en el centro a las mujeres como blanco de dicha violencia, aunque contemple la diferenciación sexual como violenta en sí misma y desee deconstruirla. Profundiza y complejiza nuestra mirada hacia la violencia sexista existente, para promover luchas en las que todas tenemos cabida y no nos representamos más que a nosotras mismas. Luchas en las que combatir el sistema sexo-género-sexualidad dominante a la vez que generar nuevas formas de relación.

Extraído de Diagonal Periódico http://www.diagonalperiodico.net/Transfeminismo-violencia-genero.html

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