De Aristóteles a algunas reflexiones contemporáneas sobre la eyaculación femenina, de la que sigue sin existir mucha información.
DE DIANA PORNOTERRORISTA A ALGUNAS NOCIONES BÁSICAS PARA LA PRÁCTICA
FUENSANTA GARCÍA / Psicóloga y sexóloga
- Ilustración: Irene Cuesta.
Las primeras anotaciones occidentales sobre la eyaculación femenina corresponden al mismísimo Aristóteles, quien observó que algunas mujeres expulsaban un fluido durante el orgasmo, posiblemente el mismo que más tarde Galeno e Hipócrates denominaron ‘semen femenino’. Pocas referencias más podemos encontrar hasta el nacimiento de la medicina moderna, acaso por casualidad, acaso por desinterés, acaso por un intento de espiritualizar los cuerpos por encima del pecado de la carne y la emisión desmesurada de fluidos (sudor, orina, lágrimas...).
Fue el anatomista holandés R. de Graaf quien en el siglo XVII hizo una primera descripción más exacta de este líquido generado en la próstata femenina, un líquido “expulsado con ímpetu y en chorro durante el orgasmo (…), que no es orina ni fluido vaginal” y que “hace a las mujeres más libidinosas”. Desde entonces, el tema ha sido objeto de interés y controversia.
La próstata femenina
Tras los primeros informes de Graaf (1672) sobre la próstata femenina y la descripción de A. Skene en 1880 de conductos a ambos lados de la uretra con limitada función secretora, la primera controversia por la naturaleza de esas expulsiones se produjo bien entrado el siglo XX entre aquellos que aseveraban que las contracciones musculares de la vagina durante el orgasmo no podían implicar la expulsión con fuerza de secreciones vaginales y aquellos que defendían que la mujer tiene próstata y que, por tanto, puede eyacular un fluido distinto al de la lubricación vaginal. Esta orientación suponía una ruptura del paradigma dominante de sexualidad y del papel central del clítoris durante el orgasmo.
En 1950 Gräfenberg plantea la existencia del punto G, cuya estimulación provocaría la emisión de un líquido
Así, cabe destacar el trabajo de Gräfenberg (1950), que quiso demostrar la presencia de un área (denominada punto Gago o punto G) en el tercio medio de la pared anterior de la vagina, cuya estimulación conllevaría la emisión de un líquido en el momento del orgasmo. Su trabajo, continuado sólo a partir de los años ‘80, supuso un cambio en el estudio de la respuesta sexual femenina y una enmienda a esta mal entendida incontinencia urinaria.
Hoy está aceptado que la estructura anatómica de la eyaculación femenina responde a las abundantes glándulas uretrales, parauretrales (similares a las masculinas) y a las de Skene, denominándose en su conjunto próstata femenina, que drenan cierta cantidad de líquido a la uretra. Este líquido, segregado durante las contracciones orgásmicas, puede ser emitido bien hacia el exterior bien hacia la vejiga urinaria (eyaculación retrógrada). Ya sea por acumulación de sangre en los tejidos circundantes, por la presión ejercida sobre la pared vaginal durante la estimulación del clítoris (entre otras zonas), la próstata femenina produce fluidos en cantidades variables que se podrán liberar al exterior o no. No es solo cuestión de trigonometría, sino también de anatomía y apreciación subjetiva; depende de cada mujer.
El ‘don de los líquidos’
De argumentaciones como “es incontinencia urinaria”, “exposición desmesurada” o “situación a corregir” surge la controversia en torno a si la tradición hegemónica sigue escogiendo los cuerpos ‘demasiados humanos’ como metáfora para aplicar la moral. Si nuestro cuerpo sexuado ha sido constantemente desvalorizado, y las pulsiones carnales no ortodoxas o reproductivas ampliamente reprimidas, parece que todo acto contraceptivo es una falta a la moral, carece de interés y su derramación desmesurada ha de ser eliminada o contenida. Sobre todo si es orina que, además, resulta repugnante.
Si la emisión que algunas mujeres manifiestan en el momento del orgasmo es orina o producto de la próstata sólo tiene interés médico. La próstata femenina no es ajena al orgasmo porque emite una mayor o menor cantidad de fluido con componentes químicos propios. Pero la cantidad y la dirección de la eyección es variable en cada práctica, depende del tamaño de la estructura glandular de cada mujer y comparte salida en la uretra con otros fluidos, por eso puede no ser percibido, salir a chorros o en verdad ser orina. Aún con todo esto, la angustiosa duda sobre la posible incontinencia se convierte en un motivo de consulta y hasta de contracción e inhibición de la emisión.
La próstata femenina produce fluidos en cantidades variables que pueden liberarse al exterior o no
Más allá de la falta de estudio e información, no podemos olvidar que la narración de nuestro cuerpo está integrada dentro una cultura en la que la moral higienista, la norma sexual y ‘la cópula correcta’ están ampliamente extendidas y acaban generando disfunciones. Cabría preguntarse qué es lo que hace que hoy estemos hablando de esto. Repensar el cuerpo de la mujer desde la eyaculación no necesariamente implica una mejor sexualidad ni desestabiliza la norma sobre cuál debe ser nuestro deseo. Cabría preguntarse por el marco conceptual en el que esto está sucediendo y cuáles son las transformaciones en el modo de representar nuestro cuerpo sexual a las que ello nos llevaría.
El reconocimiento científico de las particularidades anatómicas y fisiológicas no debería determinar las prácticas eróticas. Habría que resistirse a que esto ocurriera aunque sea, sin embargo, inevitable. Nuestra sexualidad está siempre inserta en una narración colectiva.
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