Hoy estamos aquí, como cada año, para demostrar con más fuerza que nunca (si cabe) nuestro rechazo al terrorismo machista. 365 días después del último 25 de noviembre parece que muy poco o nada ha cambiado a nuestro alrededor: pocos días nos levantamos sin la noticia de que el machismo ha vuelto a matar, noticia que, tristemente, se ha convertido en una costumbre más que en una excepción. Según las estadísticas oficiales, son más de 60 los femicidios en lo que va de año en el Estado Español, aunque solo se incluyen las mujeres que murieron en el acto, y no las que lo hicieron tiempo después. Si sumásemos el total real de víctimas de este terrorismo en 2011, la cifra ascendería por encima de los 100 asesinatos.
No podemos evitar preguntarnos la razón por la que el gobierno no incluye a todas las víctimas en sus estadísticas, queremos saber por qué silencian esas muertes. Nos mienten, proporcionándonos información dulcificada que no se ajusta a la realidad, y al mismo tiempo pretenden que confiemos en su forma de atajar el problema, que no es otra que proporcionar una serie de “facilidades” a las víctimas del maltrato (que en muchísimos casos no sirven de nada), así como lanzar periódicamente campañas de sensibilización. La última de ellas nos insta a sacar “tarjeta roja” al agresor; pretende que lo identifiquemos y lo saquemos de nuestro entorno. Pero, ¿acaso va a evitar esta reacción que se produzcan agresiones en un futuro? ¿Y qué ocurre con las personas agredidas? ¿Serán capaces de volver a llevar una vida normal? Es evidente que algo está fallando en el sistema: no se buscan soluciones efectivas, no se atacan los problemas de raíz. Tan solo se parchean las situaciones que vivimos cada día, llegando en ocasiones a extremos aberrantes, donde se trivializa la situación de las víctimas, se exagera, se bromea e incluso se acusa a la persona agredida de estar en realidad tratando de hacer daño a su agresor.
También resultan alarmantes los numerosos casos de violencia entre parejas cada vez más jóvenes, que demuestran que el terrorismo machista no es algo con lo que se pueda bromear, ni un vestigio de generaciones anteriores, sino una lacra peligrosa que se está perpetuando aquí y ahora. La solución definitiva, por tanto, va mucho más allá de aislar a quienes causan un desorden, es necesario replantearse totalmente la forma en que se educan hombres y mujeres. Está en nuestras manos acabar con los roles que el sistema predispone para nosotrxs. No existen unos patrones reales de feminidad o masculinidad, debemos desprendernos de las prejuiciosas etiquetas con que nos marcan al nacer.
Porque no podemos permitirnos vivir en un mundo en el que las relaciones entre sexos se convierten en cuestiones de vida o muerte. Porque debemos caminar hacia una sociedad verdaderamente feminista, verdaderamente igualitaria. Por nosotras, por las que se fueron y por las que vendrán, debemos tenerlo claro: EL MACHISMO MATA.
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