La Industria de la Belleza y la Salud de la Mujer
Denise Paiewonsky
La cultura occidental moderna trivializa el fenómeno que nos concierne
-la “belleza” femenina y las industrias que se han desarrollado en torno a ella- reduciéndolo todo a la “coquetería natural” de las mujeres. Los mitos culturales dominantes nos aseguran que el culto a la belleza femenina es una constante histórica, que la belleza tiene una existencia universal y objetiva, que las mujeres siempre han anhelado encarnar ese ideal de belleza y los hombres siempre han anhelado poseer a las mujeres que personifican ese ideal. La realidad, de más está decir, es que todo lo que se relaciona con la belleza es cambiante por lugares y épocas, y que la manera en que este ideal se define está estrechamente vinculada al estatus social de la mujer y a los prototipos de conducta femenina prevalecientes en lugares y épocas determinadas.
Es cierto que en las sociedades patriarcales las mujeres siempre hemos sido objetificadas y, por tanto, valoradas en función de nuestra apariencia, tanto en lo que se refiere a criterios de belleza como de fecundidad potencial (en términos históricos, éste último ha sido mucho más importante). Sin embargo, cuando hablamos de la industria actual de la belleza nos estamos refiriendo a un fenómeno que es cualitativa y cuantitativamente nuevo y diferente, y que tiene poco que ver con nociones superficiales de “coquetería femenina”. Estamos hablando de una enorme industria que aglomera una diversidad de sectores económicos, conectados entre sí por intereses comerciales pero también por los mitos contemporáneos de belleza que todos ellos promueven y de los cuales se lucran. Por diversos que parezcan, todos los sectores de esta industria se articulan en torno al eje común que es la imagen corporal de la mujer: el maquillaje, las modas, el cuidado del pelo, los perfumes, las dietas, los gimnasios, los alimentos dietéticos, los medicamentos para rebajar, las cirugías estéticas, la dermatología, la cosmiatría, etc. Todos explotan con éxito la conjunción –ideal para sus fines—del creciente poder adquisitivo de la población femenina, el desarrollo del consumo compulsivo y la mercantilización de la vida social, sumada a la tradicional inseguridad de las mujeres en nuestra apariencia.
El telón de fondo del fenómeno lo constituye la restructuración global de los mercados -que ha conducido a la corporativización y el desarrollo de mega-industrias en el sector de la belleza- junto a la incorporación masiva de las mujeres al trabajo remunerado, sobre todo en las últimas dos décadas. Al tiempo de elevar nuestro poder adquisitivo y de consumo, el ingreso de las mujeres al mercado laboral implica una transgresión de los roles femeninos tradicionales, lo que ha traído consigo un aumento en las presiones sociales –tanto de los hombres como de las propias mujeres—hacia la reafirmación de nuestra “feminidad”, entendida ésta en los términos más convencionales y opresivos. Hablamos, pues, de una industria multi-billonaria -en los EEUU más grande que la industria del cine, por ejemplo - que en las últimas dos décadas ha venido creciendo a un ritmo impresionante, en parte gracias al impulso que le han aportado el desarrollo de los medios de comunicación y de las nuevas técnicas publicitarias y de mercadeo, que con tanta eficacia contribuyen a la propagación del mito a nivel global.
Para citar sólo algunos datos con relación a su tamaño, según la Asociación Norteamericana de Cirujanos Plásticos, la industria de la cirugía cosmética en los Estados Unidos alcanza la cifra de 10 mil millones de dólares anuales. En ese país se practican anualmente más de 2 millones de procedimientos quirúrgicos estéticos. Entre 1992 y 1997 el número de liposucciones aumentó en un 200%, alcanzando las 170 mil intervenciones por año. Para 1997, los ingresos anuales de la industria de la dieta (bebidas y alimentos dietéticos, centros y clínicas de control de peso, gimnasios, aparatos para hacer gimnasia, etc.) se situaban en los 50 mil millones de dólares anuales.
Es importante, pues, tener en mente que cuando hablamos de la industria de la belleza no nos referimos únicamente a las grandes corporaciones multinacionales de la moda, la dieta, los cosméticos y productos de belleza, sino que cada vez más hablamos también de la industria médica: los cirujanos plásticos, las clínicas y hospitales, los anestesiólogos, dermatólogos, endocrinólogos, compañías farmacéuticas, y otros sectores de la salud involucrados en el negocio de la belleza.
La medicalización de la belleza
Lo anterior nos remite a una de las características más notables del crecimiento de esta industria, que es la medicalización de la belleza y su consecuente legitimación tecnológica-científica. Contrario a hace apenas unos años, ahora las cremas de belleza son producidas por laboratorios farmacéuticos de alta tecnología, los cosméticos son hipoalergénicos y los senos pequeños son una disfunción corporal que hay que corregir quirúrgicamente, para citar algunos ejemplos. La creciente medicalización de la belleza es responsable de dos grandes mitos, particularmente dañinos para la salud de la mujer: el de la efectividad y el de la seguridad médica de estos procedimientos. Veamos primero el de la efectividad: todos los estudios revelan que las tasas de fracaso de las dietas, al cabo de un año, superan el 95% . Sabemos que todavía no existe un producto o procedimiento que realmente detenga –y muchos menos revierta-- el proceso fisiológico normal de envejecimiento, igual que no existen cremas verdaderamente adelgazantes, ni tratamientos efectivos para la celulitis (independientemente de lo que diga la propaganda de las clínicas de estética y sus famosas máquinas térmicas, magnéticas y vibratorias, o sus tratamientos con algas, lodo, cromoterapia y demás.). Sabemos que los efectos de la liposucción son transitorios, igual que los de las inyecciones de colágeno o de Botox, los microimplantes, los peelings químicos, la dermabrasión y aún los implantes de seno, a los que finalmente también vence la fuerza de gravedad. Sólo la trivialización del fenómeno de la belleza como asunto de “coquetería femenina” permite la falta de controles y de protección a las consumidoras frente a la enorme cantidad de productos y servicios poco efectivos y/o peligrosos, que se promocionan en base a mentiras y falsedad.
De la misma manera, sólo el poder de los intereses económicos involucrados y la indiferencia ante los riesgos de salud que corren las mujeres permiten la proliferación no regulada de las cirugías plásticas. Para 1992, cuando finalmente la Food and Drug Administration norteamericana prohibió los implantes de seno de silicona, se hacían en ese país unos 94 mil implantes anuales y ya más de 2 millones de mujeres (una de cada 60 adultas) los tenían. A pesar de la notoriedad que rodeó en esa época las complicaciones producidas por los implantes de seno, en los EEUU el número de implantes aumentó en más de un 400% entre 1992-98, superando los 130 mil procedimientos anuales en 1998. Según un estudio publicado en 1997 en el New England Journal of Medicine, el 27.8% de las mujeres implantadas requieren una segunda intervención quirúrgica, en el 80% de los casos debido a complicaciones médicas. La utilización actual de implantes salinos, promovidos por la industria como totalmente inocuos, reduce las complicaciones derivadas de la absorción de silicona por ruptura del implante pero no los riesgos generales del procedimiento ni sus posibles complicaciones, que incluyen: riesgo de anestesia, contracción capsular, infección de la herida, ruptura o desplazamiento del implante, la formación de depósitos de calcio, etc. A lo anterior habría que agregar la pérdida de sensibilidad en el pezón, la interferencia en la lectura de mamografías, y la frecuencia de cicatrizaciones feas o de senos con apariencia poco natural.
Los riesgos de la liposucción –la cirugía estética de mayor demanda en los EEUU, con más de 170,000 procedimientos en 1998 – están bien documentados e incluyen, entre otros, complicaciones por la anestesia, infección, hematoma, shock por pérdida de fluidos y embolias mortales. El New England Journal of Medicine recientemente advirtió sobre los graves riesgos que conlleva el procedimiento, advirtiendo que "la liposucción no es una operación banal, porque puede provocar la muerte de personas en perfecto estado de salud".
El problema de la autoimagen corporal
Como bien sabemos, el fenómeno que nos ocupa hoy afecta fundamentalmente a mujeres y niñas. Aún en el caso de las cirugías plásticas, donde tanto se destaca el incremento en hombres, en los EEUU éstos constituyen apenas el 9% de los casos. De la misma manera, las mujeres y las niñas constituyen entre el 90-95% de los casos de anorexia y bulimia. Según el Instituto de Salud Mental de los EEUU, una de cada 100 niñas adolescentes sufre de anorexia y 4% de bulimia, en tanto que un 15% adicional presenta “trastornos significativos” en sus actitudes y comportamientos alimentarios. Clasificadas por la Asociación Psiquiátrica Norteamericana como patologías mentales, la anorexia y la bulimia presentan las más altas tasas de mortalidad de todas las enfermedades siquiátricas: uno de cada diez casos resulta en fallecimiento por desnutrición, insuficiencia cardíaca o suicidio .
El evidente paralelo entre la expansión de la industria de la dieta y el incremento acelerado de los trastornos alimentarios remite con claridad meridiana al problema de autoimagen corporal que subyace todo el fenómeno de la belleza. Las imágenes corporales que promueve la publicidad de la industria de la belleza y que saturan cotidianamente los medios de comunicación no se corresponden ni con la realidad social ni con la naturaleza biológica del cuerpo de la mujer, con sus formas reales y sus proporciones naturales. Y no solamente porque el modelo único “ideal” ignora la diversidad natural de nuestros cuerpos, de nuestras razas, formas y edades, sino también porque ignora el hecho de que las mujeres tenemos un patrón genéticamente determinado de acumulación de grasa, que se expresa de maneras diferentes a lo largo de nuestras vidas y que no guarda relación con el modelo de esbeltez pre-núbil que se promociona como standard de belleza femenina universal en la actualidad. En efecto, uno de los criterios para el diagnóstico clínico de la Anorexia Nerviosa es un peso corporal inferior en un 15% o más a lo considerado médicamente normal, siendo ésta justamente la talla característica de las modelos de pasarela y de revistas, de las participantes en concursos de belleza, y demás parangones de belleza promovidos por los medios. La delgadez no sólo representa belleza, sino que además ha sido convertida en símbolo de éxito personal, de estatus social y de autocontrol de la mujer. Los medios de comunicación divulgan esta imagen de delgadez vinculándola a la felicidad y al amor, lo que lleva a una internalización cada vez más profunda y temprana de este modelo, que se nos vende como algo realizable y al alcance de toda mujer.
La realidad, por supuesto, es que la imagen corporal y el modelo de belleza que nos venden -empezando a la más temprana edad con la muñeca Barbie y sus proporciones inhumanas- no solamente que son inalcanzables para la mayoría de las mujeres, sino que además son dañinos para la salud, sobre todo cuando la búsqueda de estas dimensiones pasa por las dietas artificiales y las liposucciones
De más está decir que con este análisis no estoy haciendo una apología de la gordura, ni ignorando que la obesidad se ha convertido en un grave problema de salud para los sectores privilegiados de la población mundial. El objetivo, por el contrario, es contrastar las proporciones naturales de un cuerpo normal y sano con la delgadez desnutrida y enfermiza que nos plantea el modelo de belleza prevaleciente. Además de inducir a niñas y mujeres a comportamientos dietéticos autodestructivos, estas imágenes corporales distorsionadas incitan a la forma más insólita de violencia contra nuestros cuerpos: la automutilación, que sólo eso son las cirugías “estéticas”. Y este modelo insano, inhumano y profundamente racista se va volviendo progresivamente hegemónico y continúa expandiéndose a todos los rincones de la tierra, gracias a la globalización de patrones culturales homogéneos promovidos por la expansión y el desarrollo de los medios de comunicación y el comercio mundial.
Pero además de las consideraciones en torno a la salud física, debemos tomar en cuenta el impacto de este modelo sobre el bienestar emocional y social de las mujeres. Cuando antes hablaba de empoderamiento en la esfera pública y desempoderamiento en la privada me refería, entre otras cosas, a las dinámicas que rigen la autoestima femenina. Mientras a los hombres se les reconoce y estima socialmente en función de sus hechos y logros, a las mujeres se nos sigue reconociendo fundamentalmente en función de lo que somos, y esto se define cada vez más en función de nuestra apariencia. Pero mientras lo que hacemos depende de nosotr@s mism@s, el reconocimiento basado en la apariencia física no depende de nosotras, está fuera de nuestro control -y, por tanto, nos resta control y nos genera inseguridad. Y es esta inseguridad la que pauta el desarrollo de la autoestima de ese 40% de niñas que ya a los 9-10 años están haciendo dieta, o de ese 87% de mujeres adultas que desea perder peso . La trampa está echada: nos valoramos a nosotras mismas en función de una valoración externa que en gran medida depende de cuánto nos aproximamos a un ideal de belleza irrealista, inhumano y en la mayoría de los casos inalcanzable. El resultado es catastrófico para nuestra autoestima -y, por tanto, para nuestro empoderamiento personal- pero inmejorable para la industria de la belleza, que se alimenta de nuestras inseguridades en cuanto a la apariencia y crece a costa de agravarlas. Es ahora cuando más oportuna resulta la vieja frase de Simone De Beauvior: “Perder la confianza en su propio cuerpo es perder la confianza en sí misma”.
Conclusión
Como señalaba al comienzo, la gran paradoja es que la enorme expansión de la industria de la belleza haya ocurrido simultáneamente con los procesos de empoderamiento político y social de las mujeres en las últimas décadas del siglo XX. Desde la perspectiva de este análisis, esta expansión ha tenido el efecto de una táctica de contrainsurgencia: mientras nos empoderamos a nivel colectivo (en la esfera pública), nos desempoderamos a nivel individual (en lo privado), entregándonos mansamente a la tiranía de los modelos impuestos, despolitizando nuestros esfuerzos de superación personal, canalizando nuestras energías hacia objetivos que están fuera de nuestro control y auto-devaluándonos ante la imposibilidad de alcanzarlos. Creo que, como activistas por la salud y los derechos de las mujeres, el problema nos plantea enormes retos, entre los que cabe destacar:
1) Promover el abordaje de la problemática de la belleza desde el análisis político feminista del cuerpo como eje fundamental de la opresión de la mujer, definiendo el desarrollo de nuestra autoestima corporal como un asunto de interés político colectivo, no como una cuestión privada e individual. En esta época en que tanto se habla de nuestros logros y avances, no podemos seguir postergando la ampliación de nuestras estrategias políticas para darle al cuerpo, a la sexualidad y a los hechos de la vida privada la importancia central que tienen en nuestra subordinación.
2) Demandar controles y regulaciones apropiadas para la protección de las mujeres frente a los peligros, excesos y abusos de la industria de la belleza, en dos vertientes: primero, en lo referido a los riesgos de salud que suponen las cirugías estéticas, las píldoras y tratamientos para perder peso, el uso de inyecciones de Botox y colágeno, las dermabrasiones y otros procedimientos; y, segundo, como consumidoras de bienes y servicios muy costosos, promocionados en base a premisas y promesas falsas (los productos rejuvenecedores, los tratamientos “científicos” que ofrecen las clínicas de estética, las “dietas mágicas”, algunos procedimientos quirúrgicos, etc.).
3) Darle mayor prioridad a la reconceptualización de la belleza desde una perspectiva integral que enfatice los aspectos de salud (no uso de drogas y tabaco, buena nutrición, ejercicio) y que reconozca las diversidades de raza, edad y cultura. Una perspectiva, en fin, que revalorice a las mujeres, su dignidad y su fuerza, en lugar de inducirlas a subsumir su bienestar, su autoestima y hasta sus vidas en la búsqueda obsesiva de una imagen corporal que las objetiviza, las trivializa y las desempodera.
LA BELLEZA ES TU CABEZA
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